domingo, 10 de julio de 2011

"Embarrado"



Embarrado
sábado, 09 de julio de 2011

Sinfo Q. Me incorporé en medio del goro encenagado hasta los ojos de un barro fino y parduzco. Algo desorientado y confuso me llevé mecánicamente los dedos a la cara para limpiarme los párpados y otear el entorno en el que meencontraba. El sol en el alto azul estaba algo escorado, por lo que debían ser las cinco de la tarde. En medio de zonas de cultivos y a cierta distancia se encontraban varios cobertizos probablemente de animales. No sin esfuerzo fui saliendo hacia el borde, donde se apreciaba una vereda de bestias, que al poco deduje que conducía al caserío que vislumbraba allá abajo, entaliscado en un montículo que parecía una atalaya(...).
El día estaba aún bastante claro y en la distancia se apreciaba claramente cierta actividad en las oquedades salpicadas por las laderas. Parecían mujeres sentadas muchas de ellas, chiquillos correteando por doquier, algunos hombres encorvados con lo que parecía un enorme haz de leña a la espalda, caminando por las veredas que claramente se dirigían a una construcción de piedra, de unos tres metros de altura, en forma cilíndrica y abovedada en la parte alta por donde fluía un generoso hilo de humo.
Embarrado completamente, empezaba a sentir la sensación de acartonamiento que me causaba la arcilla que se iba secando. El casi metro ochenta de mi estatura, lo cubría una pétrea vestimenta y el cabello desgreñado y tieso, desde luego debía impresionar un poco. Razón tenían el enclenque perro pelón, que desde el cobertizo de vacas más próximo, me mostraba la dentadura, al tiempo que frenético no paraba de ladrarme hasta la afonía. Intente no hacerle mucho caso mientras descendía por el camino hacia aquel poblado, a todas luces habitado por trogloditas. A unos doscientos metros delante de mí, me percaté de la presencia de un mulo cargado con una cesta a cada lado, curiosamente rebosante de barro del mismo color que me cubría. Entendí que portaba la materia prima con la que trabajaban aquellas mujeres, alfareras seguramente. La proximidad del griterío de los chiquillos me indicó la cercanía de las viviendas. «Un peny, un peny…» gritaban mientras corrían detrás de una carreta tirada por un par de bestias. Unos ancianos sentados delante de una de las casas achaparradas, comentaban sobre la frecuencia de los ingleses en los últimos meses, por lo
que deduje que estos eran el objetivo de los gritos y las carreras infantiles. Traté de no demorarme, porque no me daban buena espina, la recogida de piedras por parte de los que ya habían desistido de seguir berreando detrás de los visitantes. Con el acelerón, casi me acerqué al mulo con las cestas de barro y el muchacho que llevaba las riendas, se viró y se percató de mi presencia… 6 ¡Coño Javier! ¿Dónde te habías metido? Me dejaste solo cargando el barro. Fue como un shock. De repente volvió el color a mi mente y me vi inmerso en una fiesta animada, donde embarrados como yo, danzaban y cantaban al ritmo del animal que porteaba como antaño una tierra tan especial, de la que salieron durante siglos, la mejor loza elaborada íntegramente con la habilidad de unas manos artesanas. 6 ¡Chacho… si te lo cuento no me lo vas a creer! PD: El primer sábado despúes de San Padro, en el barrio de La Atalaya de Santa
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